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domingo, 18 de noviembre de 2012


San Pedro: Una Ciudad para los muertos... y los vivos

Por Harvey Daniel Valdés


A diario cientos de historias y especies animales custodian las tumbas que se alzan alrededor de los corredores de este Museo Cementerio, ubicado en el centroriente de Medellín.
El cementerio de San Pedro de Medellín, se ha convertido en un escenario más propio para los asuntos de los vivos que un remanso para el eterno descanso de los muertos.
Allí es normal que la gente dé serenatas, eleve cometas, tome fotos, beba aguardiente, destape fiambres, levante novia, dispare tiros, meta vicio y pare de contar.
Este campo santo es lo más parecido a un barrio, cuando no a un parque de atracciones: especialmente en aquellos donde el acento lo ponen las clases populares, cuyos efusivos rituales contrastan notablemente con la parquedad, la lágrima breve, la gafa oscura y el afán por deshacerse lo antes posible de sus muertos que caracterizan las clases más pudientes.
En este espacio construido para descansar en paz, no puede considerarse como tal ya que dentro de los rectángulos cerrados y enmudecidos se cuelan pequeñas especies de moscas y pequeños bichos para perturbar el sueño de quien descansa eternamente, además las ánimas rondan por las noches cuidando sus cuerpos y llenando las noches de soledad dejada por los vivos, que se dedican a disfrutar de la urbe festiva y mundana.
Las Mascotas de San Pedro.
Los días claros, oscuros o lluviosos no son impedimento para que los cientos de animalitos que habitan la Necrópolis, se vayan o se resguarden. Por el contrario, ellos siempre quieren hacer gala de su presencia ante los visitantes y hacerles entender que ese también es su territorio.
La primera imagen que tienen los dolientes al entrar a la ciudad de los muertos, es la de cientos de Golondrinas revoloteando por el aire haciendo piruetas cual espectáculo de aerodinámica, envolviendo en su ritmo a las personas, que deben esquivarlas para no recibir alguna herida.
Estas aves son pequeñas, inquietas y parecen no cansarse de volar por un lado, luego están en otro, se les ve maromear desde afuera por los muros blancos, girando en torno de los pinos o del campanario de la iglesia.
Y dentro del camposanto no se detienen, giran incansablemente por los corredores adornados por el paisaje multicolor que ofrece los arreglos florales dispuestos en las diferentes fosas y parecieran esforzarse por ser admiradas y sobresalir por entre los demás animalitos que allí habitan.
La competencia de estos pájaros son ciertos bichitos, parecidos a moscas bebés, impregnadas en cada sepultura fresca, como queriendo dar la bienvenida al nuevo visitante que por los próximos cuatro años permanecerá resguardado entre las sombras, el frío y el olvido de sus dolientes.
Estos bichitos solos no se ven sino cuando se reúnen de una veintena en adelante formando un pequeño lunar que se ubica en un rinconcito de la bóveda fresca por la humedad de su tapia de cemento y tierra, además por el vaho del hombre recién empacado tras el muro que logran perforar con mucha paciencia.
Y si uno se descuida se le meten a la boca. Son cafés, tienen cuatro patas y son considerados unos enemigos insaciables.
Una nube de estas mosquitas se convierte en una fiesta para otros: las avispas.
Éstas, ayudadas por sus cuerpos negros y puntudos, se mueven despacio sobre el cemento fresco, avanzando dentro de un desorden de puntos voladores y con finos golpes de cabeza van acabando con cada uno de ellas. Pero siempre, hay más mosquitas.
Y faltaba otra protagonista que no se pierde una, que nunca le ponen falla porque siempre están en estos eventos mortuorios: las hormigas.
Siempre están ahí puntuales y por todos lados, recorriendo las orillas de las lápidas, en este caso las del mausoleo de Enrique, Manuel y Filomena, que tiene una grieta musgosa donde se detiene firme una enorme hormiga cachona de cabeza naranjada, ejerciendo soberanía sobre el lugar y dejando a las obreras hacer su labor.
Durante la noche, según los testimonios de los sepultureros, las ratas aparecen abultadas en los rincones de las bóvedas más viejas, hechas de unas tapias que no oponen resistencia a las dentelladas de las roedoras, llevándolas hasta el alimento y cuentan estos personajes que en las exhumaciones, han sido encontradas secas, extendidas al lado de los huesos limpios del cadáver y sobre el paño interno de los ataúdes.
Finalmente, en la dura y fría realidad de los animales, hay unos que no se ven y forman parte importante de esta pirámide alimenticia. Pero seguro hacen su devorador trabajo minucioso y reductor sin interrupciones sobre los eternos durmientes. Son los gusanos.
Las tumbas, los mausoleos de los ricos y personajes famosos.
En ciertas ocasiones en el cementerio de San Pedro es difícil que un difunto pueda dormir en paz, a menos que tenga un sueño bien pesado, debido a los escándalos protagonizados por los dolientes y por los `parceros` del muerto.
Disparos al aire, serenatas de mariachis y turbadoras grabadoras de sonido, destellan en los momentos de dolor por la despedida del ser querido, paralizando la realidad que los arropa y llamando la atención de los callejeros que ni velas en el entierro tienen.
Su único deseo es dejar constancia de la importancia del difunto y grabar en la memoria de los que no lo conocieron, la despedida que le hicieron los que sí.
El cementerio de San Pedro es una miscelánea de contrastes donde se confunde lo más insigne de la historia antioqueña con personajes simples de la actualidad.
Entre los mausoleos finamente construidos en la rotonda central del cementerio, con lozas de mármoles, se hallan las tumbas de los ex presidentes Carlos E. Restrepo, Mariano Ospina Rodríguez y Pedro Nel Ospina, hasta las de Jorge Isaacs, Pedro Justo Berrío, Epifanio Mejía, Tomás Carrasquilla, Pedro Nel Gómez, Efe Gómez, Luis López de Mesa y Fidel Cano.
La mayoría de los mausoleos están condenados a la eterna soledad y se convierten en piezas de museo, alimento de la curiosidad de las nuevas generaciones, obligadas por los académicos a conocerlos para contextualizar la historia de la urbe que habitan en el presente.
Para Tomás, un sepulturero de mediana estatura, de tez blanca y rostro cubierto por una máscara, que lo hace parecer a los científicos de las películas donde se protegen de graves infecciones y material radiactivo, desde hace mucho tiempo este lugar dejó de ser sólo para los famosos y ricos de la ciudad, ya pasó a ser compartido con los `parceros`, muertos a bala en los extramuros de la ciudad, los mismos que mañana pasarán al olvido.
En todo caso el San Pedro está marcado irremediablemente por el espíritu de la comuna, convirtiéndose en epicentro de un curioso y pintoresco folclor funerario lleno de ritos, fetiches y recursos recordatorios salidos de todo contexto, como las fotos pegadas en las lápidas, escudos de los equipos preferidos y algunos sepultados con grabadoras que reproducen continuamente el casete con su canción favorita.


El silencio acompaña la soledad del cementerio.
El canto de las golondrinas y el ruido de las avispas cerca a las bóvedas, rompen el silencio que inunda el museo de San Pedro.
Ni que decir de la tempestad que anuncia un fuerte aguacero sobre la ciudad, propio en toda época del año, donde los dolientes que pasan por estos días a visitar sus muertos, les llevan suficientes flores que les duren tanto, hasta cuando ellos regresen de vacaciones en algún paradisiaco sector del país o del mundo.
Cada uno de ellos lleva bien profundo su dolor, porque en sus rostros se dibuja con claridad una piscina o el mar, una cabaña con hamaca y piña colada, untándose bronceador y bloqueador para evitar la indolente insolación.
Sin embargo, se acercan y oran no sólo para que el señor de los cielos los tenga a sus difuntos descansando en paz, sino aprovechan para pedirle la mejor de las suertes en sus paseos.
Conversan frente a la lápida como excusándose ante el difunto por las vacaciones y aclarándole lo bien grabado que lo tienen en sus mentes y corazones.
Los sepelios por estos días en San Pedro han disminuido afirma Fontanegra, un vigilante alto, moreno, flaco, que siente en su cuerpo el peso de la escopeta de dotación y por su forma de caminar parece necesitar alimentarse para recobrar fuerzas en caso de necesitarlas.
Este centinela custodia el sector centroriental del cementerio, llamado “de los Dolores” y ha presenciado numerosas exhumaciones en sus tres meses de trabajo: “he visto que los dolientes se desmayan, gritan como si el tiempo no hubiera pasado. Pienso que presenciar esta sacada de restos, es como devolverse en el tiempo, es como el mismo día del entierro, se revive el dolor, no entiendo porque tienen que verlo de nuevo” y asegura su deseo para el día de su muerte: “yo digo en mi casa que el día de mi muerte me tiren al horno y mis cenizas las tiren al río o al mar, donde quieran, pero que no hagan esto, de verdad que es muy doloroso para todos”.
De pronto, por el extremo izquierdo de este mismo sector se sienten cinceladas ligeras y precisas de una exhumación, que estuvo acompañada por dos sepultureros y ocho personas entre los que se encuentran una niña y un niño.
Al ser desenterrado el cuerpo y abierta la tapa del agrietado cajón de color café desteñido, se dispersó por el aire un putrefacto olor nauseabundo acompañado por cientos de las ya nombradas mosquitas alborotadas.
Entonces un sepulturero preguntó: Quieren verla? Los dos infantes se acercaron y rompieron en llanto inconsolable, parecía desprendérseles el alma, se llenaron de tanto dolor que contagiaron a los adultos que se reunieron cuatro años después a cumplir la ley de la exhumación.
Debido a la ‘sacada de restos’ por esta época, algunas de las bóvedas ya ostentan letreros de venta, con números de teléfonos y celulares para ser ocupadas por el próximo visitante a la eternidad.
Algunas se ofrecen en un `tercer piso` y otras en un `quinto piso` y se ocuparán dependiendo del gusto por las alturas del doliente y su capacidad económica. Entre más arriba sea, mayor será el precio.
Hacia el fondo de este museo cementerio está la capilla, vacía, con algunas bancas polvorientas que denota su falta de uso y la imagen de la Virgen María tiene en sus pies, además de las nubes pintadas de azul cielo, una ligera telaraña delgada blanca, que por sus características se trata de una pequeña araña; al lado derecho yace una cajita cerrada y con un letrero que dice: “ para las almas del purgatorio”, pensado quizá para que las benditas usen las ofrendas en el más allá.
En esta capilla, donde el cura oficia la última eucaristía para el difunto antes de ser sepultado, se hallan imágenes religiosas que se hacen compañía entre sí, creando en el pequeño santuario un ambiente espeso, lúgubre, de abandono, de soledad, de olvido y acompañada en su alrededor por miles de cuerpos inertes encerrados en gavetas selladas con arena y cemento.
Por algunos momentos el silencio vuelve a reposar en el cementerio y sólo se siente el chasquido de la escoba de doña Dora barriendo cada uno de los corredores y recogiendo las flores dañadas que por sí solas se desprenden de los ramos. Esta labor le demanda medio día de trabajo, y otro medio día, luego del almuerzo, para trapear la misma zona.
El San Pedro está solo, los centinelas se vigilan a sí mismos, los jardineros ya limpiaron y no hay más para sembrar, los visitantes ya se fueron, el horno crematorio está frío y una nueva construcción se alza para adecuar más bóvedas. Quizá presintiendo una época de abundancia.


El Misterio en el San Pedro

Por los corredores de esta Necrópolis se pasean cual jardín del Edén, las ánimas que penan por las múltiples acciones no apropiadas o por el aferro a la vida terrenal.
Cuenta Tomás, empleado del Cementerio, que una noche se encontraba celando.
En ese entonces lo acompañaba un perro negro que se paseaba con él y su compañero de turno, vigilando que en las instalaciones del cementerio todo estuviera en orden.
Cierto Día, salió con el perro a hacer su ronda habitual, cuando de pronto el animal se quedó perplejo mirando y ladrando hacia una de las estatuas, más conocida como el Ángel de la Guarda.
En ese momento, Tomás y su compañero iluminaron con sus linternas hacia el lugar y no había nadie, sin embargo, el perro continuaba ladrándole, en ese caso, al ángel y así lo siguió haciendo por largos minutos.
"Yo estaba un poco sorprendido por la reacción del perro, pero no veía a nadie, hasta que en un instante, el perro chilló, como si le hubieran pegado con algo y salió corriendo hacia la puerta del cementerio muy asustado. Entonces desde ese momento el perrito no se volvió a ir con nosotros a hacer las rondas, y al día siguiente al abrir las puertas del cementerio al público, salió corriendo muy rápidamente y nunca más volvimos a verlo." Narró Tomás, todavía asustado y con la gran incógnita que se dibujaba en sus ojos.
Entonces, en el Museo Cementerio San Pedro se cuentan historias de fantasmas que rodean las tumbas, los mausoleos, las estatuas, se narran historias de la muerte, se habla de la vida y de una ciudad que por sus personajes lo hizo famoso.
En este lugar se comparten las actividades de un museo, el acompañamiento de una fundación, la cultura, las noches de luna llena, la noche y los cuentos, se comparte con la oscuridad, los espíritus, el olor a flores, la música de las tumbas, el miedo, el dolor por la pérdida o sencillamente la curiosidad de los vivos. Y con los animalitos también.
El Museo Cementerio de San Pedro de Medellín, es una muestra de que sin lugar a dudas para algunos o para todos, sí hay vida después de la muerte.


  Medellín...sus luchas...sus amores... dichas y sinsabores

 

La ciudad que sabe a naranjado, que huele a escalofrío, que suena como un abismo titilando.

  Escrito por Harvey Daniel Valdés

En Medellín tienes desde cine hasta las gordas de Botero en el parque Berrio. La Casa de la cultura, museos, iglesias...., pero el sub-mundo, la rumba, la bohemia, el arte en todas sus expresiones es lo propio de este antro.
Solo hay que subirse al Metro, bájarse en Berrío y camina un poco al Parque del Guanábano, compra una birra y disfruta.
Si te quedan ganas de caminar otro poco vé al parque de San Antonio donde se encuentran los pájaros de Botero, uno de ellos destruido por un atentado y su réplica donada por el autor.
Recorre Guayaquil con algo de cuidado y visita si es posible el cementerio de Montesacro, donde reposa Pablo Escobar. Toma un bus y sube a Santa Elena si quieres frío, rock, ska o algo alternativo. Y si prefieres la salsa, el tango, la cumbia o el vallenato, en el centro y sus sitios tradicionales verás fotos del joven Gardel y remembranzas a los grandes músicos colombianos.

Entre las estaciones del sistema Metro de Medellín, San Antonio y Cisneros, línea B, se desarrolla una actividad comercial sin comparación con el resto de la ciudad.Hace parte de la zona de Guayaquil, más conocido como Guayaco entre los antioqueños.
La peculiaridad del sector, es que, lo que no consigas allí, probablemente no lo consigas en otra parte.
Es un hervidero humano donde entra y sale gente, circula el dinero a diestra y siniestra sin preguntar de donde viene.
Por estos lugares cruzan el rico y el pobre, el honrado o el pícaro, se vende o se compra desde un condón hasta un carro, un pucho de mariguana, encuentras la amante para una noche o una venérea para el resto de la vida.
Se ama y se trabaja sin descanso, se goza o se sufre por un amor...
Eso es lo que dice el hombre que se dedica a congelar los momentos con su cámara fotográfica.
Ubicado estratégicamente en una esquina de potenciales clientes, está Carlos José, más conocido como el "Flaco" en la jerga de Guayaquil, que desde hace treinta años ha levantado el sustento para él y su familia trabajando como zapatero remendón, nombre con el que se definen estos oficios en Antioquia, pero su verdadero nombre es el de "Obrero Solador".
Nunca ha tenido un lugar fijo, pero siempre ha estado dentro la selva humana de su Guayaco querido.
Le ha tocado ver la transformación de la ciudad, conoce sus secretos, amores y desamores que se cocinan muchas veces en la turbulencia de una pasión barata, o el rincón arrabalero de una cantina.
Cuenta el Flaco, que por esos lugares ha visto llorar valientes, o por unas míseras monedas asesinar ingenuos transeúntes.
La zona de Guayaquil la compone más de 70 manzanas, donde toda su parte externa está ocupada por un negocio, empresa o institución.
En una sola cuadra de recorrido, a lado y lado de la calle se pueden encontrar mezclados unos con otros, desde una farmacia, un taller de carros, o un supermercado, una Iglesia católica, anglicana o una casa de citas amorosas.
Se confunden las floristerías con un almacén de telas, panaderías con tiendas de sahumerios, un consultorio médico o un portón de drogadictos con el de un restaurante barato... mas no por ello deja de tener su encanto, porque todos viven en completa armonía.
Visitar estos lugares produce alegría o zozobra, los temores y recelos por la mala fama que se tiene de la zona, pues se dice que allí atracan, timan o embaucan a todo el mundo.
Puede que algo tenga de cierto los rumores, pero si lo visitas sin tanta prevención y acompañado, hay muchas posibilidades que no te pase nada.
No lo hagas solo, y menos en horas de la noche, para que no te esculquen los bolsillos averiguando que tan pobre y arrancado te mantienes.
Si eres mujer, no visites por estos lugares con escotes provocativos, porque te pueden meter la mano buscando si hay ratones por el cálido rincón de tus teticas.
Cuando se camina por estos lugares por lo regular siempre hay una anécdota para contar, con facetas diferentes:
Que un gamín te persiguió por lo menos tres cuadras, que a la esposa, la mamá o la novia, un bellaco le pellizcó el trasero.
Que una naranja podrida volando por los aires como un bólido, casi le revienta un ojo o que su camisa recién estrenada se la volvieron una mierda con tomate destripado sobre la espalda.
Uno de los casos más graciosos pero que asustan a cualquiera y que le puede pasar al hombre, es el siguiente: Por estos lugares pululan las casas de prostitución, más conocidas como casas de citas o putiaderos.
Son edificios de uno o dos pisos, y en sus escalas las muchachas, maduras o viejitas con faldas cortas, escotes pronunciados y un maquillaje exagerado, se sientan en posición provocativa para que caiga el cliente.
Lo curioso es que cuando la mercancía masculina está muy escasa, estas chicas de la vida difícil, tratan de pescar marrano a como dé lugar, empleando trucos raros.
Por eso, si tú caminas por estos lugares un poco distraído, cuando menos piensas, sientes que te agarran de la camisa, de halan hacia dentro, y con voz muy queda le dicen al oído: ¡Venga mijo lo invito a pichar bien rico!
“Le cuento paisano, que el susto que uno se lleva es muy verraco, pero realmente no pasa nada que lamentar, pues sólo era un arrastrón de alas para que vieras la mercancía expuesta escalas arriba y se te abriera el apetito”, cuenta Andrés un joven delgado, alto, con mirada inquieta hacia las muchachas que están dispuestas en la esquina más transitada del centro de Medellín.
El ruido de estos lugares es ensordecedor y produce cierta angustia, ya que se confunden el dialogar de la gente, con los perifoneos de los payasos, la canción de carrilera, el pasillo, los vallenatos, que brota de una radiograbadora, o el tango malevo y arrabalero que sale de un bar o cantina.
¡Ese es Guayaco!... como se dice en el argot popular. Un soplo de vida, como dice el Flaco suspirando con nostalgia por ese mundo de insondables esperanzas.
Carlos José "El flaco", nació en el Valle del Cauca, donde vivió hasta la edad de los cuarenta años.
Los primeros años de su juventud trabajó al lado de su padre en el noble oficio de la fotografía hasta llegar a ser profesional en este arte y tener su propio taller.
Por esos golpes que a veces nos da la suerte, por llevar una vida disipada entre licor y mujeres, el Flaco perdió chicha, calabazo y miel.
Sin dinero, pero con ganas de trabajar, se vino para Medellín y en pleno Guayaquil montó su taller de reparación de zapatos.
Hoy treinta años después, no se arrepiente de su pasado, entre zapatos raídos, a punta de cueros, puntillas, pegantes y betún, ha logrado sobrevivir con su familia.
Hoy, a sus 70 años de edad, no piensa abandonar su Guayaco del alma, es el mismo mundo que de joven lo hizo feliz, y fue el causante de su desgracia.
Aquí terminará sus últimos años de vida, anestesiado por el olor de del sacol y la pecueca.

EL FLACO LOS ARREGLA Y ANA DELIA LOS BRILLA


Este noble oficio se desenvuelve en las calles de cualquier ciudad del mundo, dando lustre y armonía a la vanidad del hombre.
Hay lustrabotas con aires de aristocracia en hoteles, edificios y oficinas, los hay con puestos fijos y organizados, pero el lustrabotas común y corriente tiene que caminar noche y día por calles, bares y cantinas, entre borrachos indolentes, cansones, atrevidos y hostiles.
Para ser lustrabotas no hay que ser doctor ni conocer la oratoria, pues sólo basta la voluntad de trabajo, sin complejos de vanidad.
Ana Delia, vive en un barrio cualquiera de Medellín, con las dificultades que pueda tener un ser humano. Está librando la financiación de su casita, y ve por una familia conformada por seis personas.
Todos los días a las 8 de la mañana con sus implementos de lustrar, una silla para sentar el paciente y una banqueta para ella, se ubica en pleno parque Berrío a esperar que lleguen los potenciales clientes.
No cuenta con un techo para librarse de los rayos del inclemente del sol o la lluvia cuando se presenta, que no deja de ser su peor aliada, sólo las copas de los frondosos árboles la protegen al menos del ardiente calor.
Por la habilidad de sus manos pasan zapatos de caballeros, damas y gente del común y corriente.
Por ejemplo, al momento de contar su historia, lustraba una tinterita que a pesar del poco dinero que gana, necesita una buena lustrada porque sabe que una buena presentación atrae clientes en su oficio de vender tintos.
Sin embargo hay ocasiones especiales en los que Ana Delia cuenta que “No falta el bellaco que se hace lustrar y sale sin pagar aduciendo que se le quedó la plata y que luego vuelve a cancelar, mas no regresa”.
“De hecho muchas veces me han tumbado así, pero no me ‘achicopalo’ por eso”, y se limita a decir que son gages del oficio.
A las seis de la tarde guarda sus bártulos, cansada pero satisfecha de haber conseguido el dinero que hace falta para la manutención del hogar, regresa a su casita que brilla y colorea allá en lo alto del barrio Doce de Octubre.
Mañana será otro día para madrugar y continuar con la lucha del diario vivir.

sábado, 17 de noviembre de 2012



Medellín OK. 


Escrito por Geraldine Castro Posada
 

A principio del siglo XXI en Colombia, el Ministerio de Educación y Cultura y el Ministerio de Relaciones Exteriores, vienen trabajando en conjunto sobre la idea de “todo colombiano debe manejar una segunda lengua diferente a la natal”

‘Antioquia Bilingüe’ un programa realizado por la Alcaldía de Medellín se inició aproximadamente hacia el año 2003, con el propósito de capacitar a los docentes que en aquella época dictaban la asignatura de inglés en los colegios y universidades, para así, minimizar significativamente la falta de competencias en esta lengua, pues se tiene registrado que quienes dictaban esta materia eran maestros de matemáticas, educación física, artes, química, etc. Que no contaban con el conocimiento suficiente como para ejercer esta labor en las aulas de clase.
Aunque actualmente el programa no funciona instituciones como el SENA, la Universidad de Antioquia, La Universidad Pontifica Bolivariana entre otras ofrecen de forma gratuita y paga capacitaciones dentro de sus instalaciones para docentes en el área.
Según lo expresado por Iván Darío Roldán Correa licenciado en lenguas extranjeras de la UdeA (Universidad de Antioquia) en una entrevista exclusiva para ‘Nueva Perspectiva’ “un buen profesor se preocupa por el aprendizaje de los estudiantes trabajando desde las fortalezas y debilidades  que cada uno tenga”  admitiendo que tener a un grupo de más de 20 personas es “muy difícil darse a entender y pasa de ser una pedagogía activa y dinámica ser un ‘policía’”

Según una estadística publicada por ‘Al Tablero’ en el 2005 se registró que en Medellín bajo los estándares de calidad exigidos para los docentes de inglés en nivel de lengua alcanzaban el: 5.7% -A1, 16.0% A1, 38.1% A2, 27.5% B2, 2.2% C1, 1.0% C2.
Aunque el nivel más alto es C3 para el entonces no se registró ningún docente con esta capacidad bilingüe, actualmente existen pero son muy pocos, nuestro entrevistado alcanza nivel C3.
En cuanto a Instituciones Educativas tanto formales como no formales ofrecen programas básicos y avanzados en la lengua, como lo es el Centro Colombo Americano, Universidad EAFIT, Universidad de Antioquia, British College S.A.S., SENA, Colegio Vermont Medellín, Colegio The Columbus School, Wiston Salem, AVC Audiovisual Center, entre otros, para todas las personas que deseen aprender inglés.
La alcaldía de Medellín también ha implantado el programa ‘Medellín City’ para las personas que no puedan acceder a una educación paga, esta es de forma gratuita, ofrecida a taxistas, amas de casa, madres cabeza de familia y cualquier persona de bajos recursos que quiera estudiar y ame la lengua.
“Está claro que para tener un buen aprendizaje en el tema es necesario hacer uso constante de las TIC, ayudas audiovisuales juegos y actividades divertidas que le permitan al estudiante memorizar” dictó Roldán.

jueves, 15 de noviembre de 2012



SENA “Una excelente opción para estudiar”



Era una mañana cálida, de esas que el sol acostumbra a regalar al municipio de Bello, Antioquia, los habitantes de  aquel lugar hacían sus labores cotidianas, para la mayoría de los ‘bellanitas’  era un día normal.
Nadie sabía la felicidad que abarcaba a las mujeres del barrio Terranova-Niquía. Gracias a doña Flor, una líder del barrio, el Servicio Nacional de Aprendizaje SENA llegó hasta allí, ofreciendo  a los  habitantes de aquella zona una técnica en ‘Diseño de Calzado y Marroquinería’ de forma gratuita.
Esta fue la mejor noticia que Luisa Fernanda Zapata Rendón, pudo escuchar, a ella siempre le había encantado todo lo que tuviera que ver con las manualidades y explotar su creatividad.
Luisa en ese momento solo pensaba en aprender y quizás en un futuro podría vender algunas “cositas” por encargo pero no creía que fuera algo muy grande, para ella esa técnica era algo pasajero, su gran sueño era estudiar Ingeniería en Materiales en la Universidad de Antioquia.
Tiempo después ella logró entrar a la carrera que tanto anhelaba, pero el amor que ahora sentía por crear accesorios en cuero era más grande, lo que la obligó a estudiar ambas cosas al tiempo.
Hace aproximadamente un mes mientras ésta joven luchadora compartía con  su novio Julián Andrés Chaverra, con quien lleva 3 años, él le hizo ver que lo que estaba estudiando era una gran puerta para ser independiente, ella sin pensarlo un solo minuto acepto la idea que a Julián se le pasaba por la cabeza, no fue necesario decirlo, conocía muy bien a su pareja y sabía que estaba pensando  “crear empresa”.
Desde allí  se comenzó a crear ‘Veleta’ “una empresa dedicada al diseño, producción y comercialización de productos de cuero de alta calidad” según lo descrito en la Fan Page de la marca.
Actualmente ‘Veleta’ distribuye sus productos para otros países como Estados Unidos, según sus clientes “‘Veleta’ es una empresa de excelente calidad y lo mejor se pueden mandar a hacer los zapatos a la medida”
Fernanda asegura que el SENA le ha abierto las puertas al mundo laboral y “ahora la marroquinería es mi presente y gran parte de mi futuro, estoy realmente agradecida”
Agregando “Una invitación a las personas que tienen al SENA en un mal concepto, es una excelente opción para estudiar”



lunes, 5 de noviembre de 2012



“Mi ‘negro’ es un embellecedor de calzado” luz



Lustrar zapatos era un acto obligatorio que debían realizar los hombres de un  tiempo ya pasado pero no tan lejano, esta actividad iba ligada junto a las corbatas y los peines masculinos, ninguno de estos factores podía faltar en un excelente caballero, ellos eran una obra de arte.
Según la enciclopedia libre Wikipedia, este oficio tuvo sus orígenes en el siglo XIX aunque el betún solo apareció en el mercado a principios del siglo XX. A pesar de que no se tiene una fecha exacta desde hace cuanto se comenzó a realizar esta labor en las calles de Medellín, de lo que sí hay registro, son las obras realizadas por los pintores y artesanos ‘paisas’, al parecer ver a un hombre embolar zapatos en medio de una plaza era algo que valía la pena plasmar.
Carlos Mario Paniagua Parra, nacido el 26 de octubre de 1960 en la ciudad de ‘la eterna primavera’ cuenta con orgullo y entusiasmo la historia de como llegó a ser un ‘bolero’ y como las empresas del sector privado por medio de sus labores sociales han mejorado la vida de los lustradores dejándolos trabajar a la entrada de sus infraestructuras.
(Fotografía por: Geraldine Castro Posada)

Carlos, quien es hijo de Antonio José Paniagua y Rosa María Parra, vivió gran parte de su infancia en las calles o como lo dice el de “gamín”, a los 7 años cansado de repetir  primero de primaria durante tres años seguidos sabiendo que no le gustaba el estudio, decide ir a buscar la comida por su cuenta junto con su hermano Francisco Javier, ambos consiguen trabajo en la carrera número 53a “Días Granados” descargando alimentos como maíz, frijol entre otros, pero esta labor para ellos era demasiado agotadora y no daba lo suficiente como para comer, así que comienzan a pedir los ‘sobrados’ en la Plaza Minorista de Medellín, este tipo de actividades fueron abandonadas 3 años después por  problemas de salud a causa de las comidas que les regalaban.
Desde allí Paniagua se dedicó a embetunar zapatos y ahora lleva en el oficio 43 años, para el su trabajo es la felicidad, pues por medio de esto “puedo ayudarle a las personas a relajarse de alguna manera y eso me hace más feliz que cualquier persona que se gane un platal, además tengo a mi esposa y a mi hijo y nada más gratificante que ver como puedo sostener a mi familia por mis propios medios”
Actualmente Carlos Mario trabaja con Bancolombia como lustrador, para él, es una gran ayuda que una empresa  como ésta le de trabajo y no solo es esa entidad, el asegura que existen muchas más que le ayudan a sus colegas y “es algo muy bueno, por que mejoran la situación económica de muchos ‘boleros’ y cada vez se ven menos por ahí en las plazas esperando haber que aparece”   

Parra cobra por sus servicios $2.500 pesos y tiene de 8 a 25 clientes al día, el cree que aunque no es mucho el dinero que recibe con “esa platica” puede comprar comida, pagar los servicios y darle el estudio a su hijo de 17 años.
Su esposa, Luz Marina Álvarez quien vive con el hace 11 años en el barrio la Francia expresó que “Mi ‘negro’ es un embellecedor de calzado”.