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domingo, 18 de noviembre de 2012



  Medellín...sus luchas...sus amores... dichas y sinsabores

 

La ciudad que sabe a naranjado, que huele a escalofrío, que suena como un abismo titilando.

  Escrito por Harvey Daniel Valdés

En Medellín tienes desde cine hasta las gordas de Botero en el parque Berrio. La Casa de la cultura, museos, iglesias...., pero el sub-mundo, la rumba, la bohemia, el arte en todas sus expresiones es lo propio de este antro.
Solo hay que subirse al Metro, bájarse en Berrío y camina un poco al Parque del Guanábano, compra una birra y disfruta.
Si te quedan ganas de caminar otro poco vé al parque de San Antonio donde se encuentran los pájaros de Botero, uno de ellos destruido por un atentado y su réplica donada por el autor.
Recorre Guayaquil con algo de cuidado y visita si es posible el cementerio de Montesacro, donde reposa Pablo Escobar. Toma un bus y sube a Santa Elena si quieres frío, rock, ska o algo alternativo. Y si prefieres la salsa, el tango, la cumbia o el vallenato, en el centro y sus sitios tradicionales verás fotos del joven Gardel y remembranzas a los grandes músicos colombianos.

Entre las estaciones del sistema Metro de Medellín, San Antonio y Cisneros, línea B, se desarrolla una actividad comercial sin comparación con el resto de la ciudad.Hace parte de la zona de Guayaquil, más conocido como Guayaco entre los antioqueños.
La peculiaridad del sector, es que, lo que no consigas allí, probablemente no lo consigas en otra parte.
Es un hervidero humano donde entra y sale gente, circula el dinero a diestra y siniestra sin preguntar de donde viene.
Por estos lugares cruzan el rico y el pobre, el honrado o el pícaro, se vende o se compra desde un condón hasta un carro, un pucho de mariguana, encuentras la amante para una noche o una venérea para el resto de la vida.
Se ama y se trabaja sin descanso, se goza o se sufre por un amor...
Eso es lo que dice el hombre que se dedica a congelar los momentos con su cámara fotográfica.
Ubicado estratégicamente en una esquina de potenciales clientes, está Carlos José, más conocido como el "Flaco" en la jerga de Guayaquil, que desde hace treinta años ha levantado el sustento para él y su familia trabajando como zapatero remendón, nombre con el que se definen estos oficios en Antioquia, pero su verdadero nombre es el de "Obrero Solador".
Nunca ha tenido un lugar fijo, pero siempre ha estado dentro la selva humana de su Guayaco querido.
Le ha tocado ver la transformación de la ciudad, conoce sus secretos, amores y desamores que se cocinan muchas veces en la turbulencia de una pasión barata, o el rincón arrabalero de una cantina.
Cuenta el Flaco, que por esos lugares ha visto llorar valientes, o por unas míseras monedas asesinar ingenuos transeúntes.
La zona de Guayaquil la compone más de 70 manzanas, donde toda su parte externa está ocupada por un negocio, empresa o institución.
En una sola cuadra de recorrido, a lado y lado de la calle se pueden encontrar mezclados unos con otros, desde una farmacia, un taller de carros, o un supermercado, una Iglesia católica, anglicana o una casa de citas amorosas.
Se confunden las floristerías con un almacén de telas, panaderías con tiendas de sahumerios, un consultorio médico o un portón de drogadictos con el de un restaurante barato... mas no por ello deja de tener su encanto, porque todos viven en completa armonía.
Visitar estos lugares produce alegría o zozobra, los temores y recelos por la mala fama que se tiene de la zona, pues se dice que allí atracan, timan o embaucan a todo el mundo.
Puede que algo tenga de cierto los rumores, pero si lo visitas sin tanta prevención y acompañado, hay muchas posibilidades que no te pase nada.
No lo hagas solo, y menos en horas de la noche, para que no te esculquen los bolsillos averiguando que tan pobre y arrancado te mantienes.
Si eres mujer, no visites por estos lugares con escotes provocativos, porque te pueden meter la mano buscando si hay ratones por el cálido rincón de tus teticas.
Cuando se camina por estos lugares por lo regular siempre hay una anécdota para contar, con facetas diferentes:
Que un gamín te persiguió por lo menos tres cuadras, que a la esposa, la mamá o la novia, un bellaco le pellizcó el trasero.
Que una naranja podrida volando por los aires como un bólido, casi le revienta un ojo o que su camisa recién estrenada se la volvieron una mierda con tomate destripado sobre la espalda.
Uno de los casos más graciosos pero que asustan a cualquiera y que le puede pasar al hombre, es el siguiente: Por estos lugares pululan las casas de prostitución, más conocidas como casas de citas o putiaderos.
Son edificios de uno o dos pisos, y en sus escalas las muchachas, maduras o viejitas con faldas cortas, escotes pronunciados y un maquillaje exagerado, se sientan en posición provocativa para que caiga el cliente.
Lo curioso es que cuando la mercancía masculina está muy escasa, estas chicas de la vida difícil, tratan de pescar marrano a como dé lugar, empleando trucos raros.
Por eso, si tú caminas por estos lugares un poco distraído, cuando menos piensas, sientes que te agarran de la camisa, de halan hacia dentro, y con voz muy queda le dicen al oído: ¡Venga mijo lo invito a pichar bien rico!
“Le cuento paisano, que el susto que uno se lleva es muy verraco, pero realmente no pasa nada que lamentar, pues sólo era un arrastrón de alas para que vieras la mercancía expuesta escalas arriba y se te abriera el apetito”, cuenta Andrés un joven delgado, alto, con mirada inquieta hacia las muchachas que están dispuestas en la esquina más transitada del centro de Medellín.
El ruido de estos lugares es ensordecedor y produce cierta angustia, ya que se confunden el dialogar de la gente, con los perifoneos de los payasos, la canción de carrilera, el pasillo, los vallenatos, que brota de una radiograbadora, o el tango malevo y arrabalero que sale de un bar o cantina.
¡Ese es Guayaco!... como se dice en el argot popular. Un soplo de vida, como dice el Flaco suspirando con nostalgia por ese mundo de insondables esperanzas.
Carlos José "El flaco", nació en el Valle del Cauca, donde vivió hasta la edad de los cuarenta años.
Los primeros años de su juventud trabajó al lado de su padre en el noble oficio de la fotografía hasta llegar a ser profesional en este arte y tener su propio taller.
Por esos golpes que a veces nos da la suerte, por llevar una vida disipada entre licor y mujeres, el Flaco perdió chicha, calabazo y miel.
Sin dinero, pero con ganas de trabajar, se vino para Medellín y en pleno Guayaquil montó su taller de reparación de zapatos.
Hoy treinta años después, no se arrepiente de su pasado, entre zapatos raídos, a punta de cueros, puntillas, pegantes y betún, ha logrado sobrevivir con su familia.
Hoy, a sus 70 años de edad, no piensa abandonar su Guayaco del alma, es el mismo mundo que de joven lo hizo feliz, y fue el causante de su desgracia.
Aquí terminará sus últimos años de vida, anestesiado por el olor de del sacol y la pecueca.

EL FLACO LOS ARREGLA Y ANA DELIA LOS BRILLA


Este noble oficio se desenvuelve en las calles de cualquier ciudad del mundo, dando lustre y armonía a la vanidad del hombre.
Hay lustrabotas con aires de aristocracia en hoteles, edificios y oficinas, los hay con puestos fijos y organizados, pero el lustrabotas común y corriente tiene que caminar noche y día por calles, bares y cantinas, entre borrachos indolentes, cansones, atrevidos y hostiles.
Para ser lustrabotas no hay que ser doctor ni conocer la oratoria, pues sólo basta la voluntad de trabajo, sin complejos de vanidad.
Ana Delia, vive en un barrio cualquiera de Medellín, con las dificultades que pueda tener un ser humano. Está librando la financiación de su casita, y ve por una familia conformada por seis personas.
Todos los días a las 8 de la mañana con sus implementos de lustrar, una silla para sentar el paciente y una banqueta para ella, se ubica en pleno parque Berrío a esperar que lleguen los potenciales clientes.
No cuenta con un techo para librarse de los rayos del inclemente del sol o la lluvia cuando se presenta, que no deja de ser su peor aliada, sólo las copas de los frondosos árboles la protegen al menos del ardiente calor.
Por la habilidad de sus manos pasan zapatos de caballeros, damas y gente del común y corriente.
Por ejemplo, al momento de contar su historia, lustraba una tinterita que a pesar del poco dinero que gana, necesita una buena lustrada porque sabe que una buena presentación atrae clientes en su oficio de vender tintos.
Sin embargo hay ocasiones especiales en los que Ana Delia cuenta que “No falta el bellaco que se hace lustrar y sale sin pagar aduciendo que se le quedó la plata y que luego vuelve a cancelar, mas no regresa”.
“De hecho muchas veces me han tumbado así, pero no me ‘achicopalo’ por eso”, y se limita a decir que son gages del oficio.
A las seis de la tarde guarda sus bártulos, cansada pero satisfecha de haber conseguido el dinero que hace falta para la manutención del hogar, regresa a su casita que brilla y colorea allá en lo alto del barrio Doce de Octubre.
Mañana será otro día para madrugar y continuar con la lucha del diario vivir.

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